En septiembre de 1831 Chopin llegó a París escapando de la conflictiva situación que se vivía en su país, Polonia. Por aquel entonces, París acababa de instaurar un nuevo régimen político y gozaba de una muy buena situación económica. De hecho, no fue el único Polaco que decidió irse a París. Con él se fueron, entre otros, el príncipe Adam Czatoryski, el historiador Joachim Lelewel y los dos poetas Juliusz Slowacki y Adam Mickiewicz.
A su llegada, Chopin se instaló en el número 27 del bulevar Poissonnière, que fue la primera de sus nueve residencias en París. Ya instalado en su nueva ciudad, comenzó su nueva vida conociendo a los mejores intérpretes y pedagogos del momento. Entre sus nuevas amistades estaban Rossini, Cherubini, Kalkbrenner y el que sería su gran amigo, el chelista Franchomme. También comenzó a tocar el piano por todos los salones que podía, ya que sabía que el piano era el instrumento favorito de la burguesía y las familias más adineradas de París.
En aquella época, el piano ya había evolucionado considerablemente sus características técnicas y era casi idéntico al de nuestros días. Ya tenía el doble escape (inventado por Erard en 1821), cuerdas de acero templado y macillos forrados con fieltro duro (ocurrencias de Jean-Henri Pape). Estas evoluciones técnicas ayudaron a que músicos como Chopin progresasen y explorasen nuevos recursos sonoros, no sólo como intérpretes, sino también como compositores.
Todo esto hizo que Chopin no volviera a componer para orquesta durante su estancia en París, centrándose en componer música para piano solo. Recientemente hablamos de los nocturnos para piano de Chopin en este artículo, pero ahora vamos a centrarnos en sus preludios.
Chopin y sus preludios
Fue en París donde Chopin comenzó a componer su famosa colección de 24 Preludios (Op. 28), que concluiría en Mallorca (España). Los 24 Preludios Op. 28 de Chopin están basados en El Clave Bien Temperado de J. S. Bach, obra por la que el compositor polaco sentía una grandísima admiración. Él mismo le decía a sus alumnos que Bach era la mejor escuela y que nadie jamás crearía una mejor.
Siguiendo el ejemplo de la obra de Bach, Chopin creó sus preludios ideándolos como piezas breves (algunos incluso duran menos de un minuto). Además cada uno está compuesto en una tonalidad distinta tal y como sucede con los de Bach.
De estos 24 preludios, los números 3 (en Sol mayor con un bajo ostinato en la izquierda), 8 (en Fa # menor y de estilo muy tempestuoso), 19 (en Mi bemol mayor con una mano izquierda que se mueve por todo el teclado del piano) y 24 (en Re menor, con la mano izquierda en agitato) tienen carácter de estudio y están pensado para poner a prueba la técnica pianística del intérprete que quiera tocarlos.
Otros preludios tienen carácter de danza, como los números 7 (la mayor) y 10 (do # menor y forma de pequeña mazurca), e incluso de nocturno, como el nº 15 (en re bemol mayor y conocido como El preludio de la gota de agua). El nº 11 (si mayor) es considerado por muchos estudiosos un impromptu. Los nº 17 (la bemol mayor) y nº 18 (fa menor) se consideran baladas y el nº 23 (fa mayor) un arabesco.
Los restantes preludios transmiten otro tipo de sensaciones. Por ejemplo, el nº 20, en la tonalidad de do menor, es como una marcha fúnebre, y el nº 9 es toda una marcha heroica (en mi mayor).
Finalmente, nos gustaría recalcar que Chopin no los ideó para ser tocados todos seguidos como una unidad, por eso cada uno tiene su propio significado e intención. Poco a poco iremos hablándote más detenidamente de cada uno de ellos, pero mientras tanto, puedes comenzar por leer esta historia real sobre el piano y la celda donde Chopin terminó de componer sus preludios.
