Vladimir Horowitz fue uno de los más grandes pianistas que dio el siglo XX. Su técnica legendaria le llevó al éxito desde muy joven, primero en Rusia y más tarde en Europa y EEUU, donde acabaría estableciéndose.
Pero no solo fue uno de los más grandes pianistas de la historia, también fue uno de los más maniáticos. No sabemos si fue a costa de su temprano éxito o si ya traía las manías de serie, pero lo cierto es que era uno de los músicos más exigentes a la hora de actuar. Sus exigencias iban mucho más allá de lo musical, pareciéndose mucho a los caprichos y extravagancias de ciertas estrellas del pop actuales.
La odisea de organizarle un concierto
Horowitz sólo daba conciertos a las cuatro de la tarde y siempre exigía que el teatro estuviera vacío y sin funciones el día anterior a la suya, para poder ensayar a gusto. La población en la que actuase no podía estar a mucha altitud sobre el nivel de el mar. Nunca aceptaba tocar en salas con un aforo menor a a 1800 espectadores, y para colmo, en caso de que el día anterior al concierto no se hubiesen vendido el 80% de las entradas, suspendía automáticamente su actuación. Además, durante algunos de sus años viviendo en EEUU no quiso dar conciertos en Europa porque eran muchas horas de vuelo. Y los de EEUU los suspendía si sentía alguna molestia o simplemente se encontraba bajo de ánimos.
Con todas esas exigencias, su pobre representante a veces se veía negro para encontrarle audiciones y conseguirle contratos. Pero la cosa no acababa ahí. Una vez elegido el auditorio, faltaba ubicar el piano en el escenario. Era tan quisquilloso con encontrar el sitio preciso donde consideraba que se producía el mejor sonido que en el mismísimo Carngie Hall tenían en el suelo «la marca del piano de Horowitz».
Exigencias y más exigencias
Pero las exigencias de Horowitz para tocar no terminan ahí. Solo viajaba al lugar del concierto siempre y cuando su séquito lo acompañase: esposa, amigos de la familia, agente, relaciones públicas, afinador de pianos, cocinero, sirviente, planchador, ingeniero de sonido y productor discográfico. Esto, además de ser un problema logístico, salía muy caro. Y si ya pagar todos esos billetes podía resultar caro, imagínate los hoteles. En esto también era inflexible. Solo se alojaba en hoteles que se parecieran lo máximo posible a su casa.
Lo mismo sucedía con las comidas. Tenía un estricto régimen que solo podía ser cocinado por su chef. Siempre las mismas comidas y preparadas de la misma manera. Todo exactamente igual que en casa. Su máxima exigencia culinaria fue en su gira rusa de 1985, para la que exigió tener todos los días un lenguado fresco pescado en la Bahía de Nueva York.
Con los camerinos pasaba algo muy similar. Debían imitar a su estudio, estar en completo silencio, con cierta oscuridad, y con su traje colgado y perfectamente planchado. Como tuviera una sola arruga ya no quería ponérselo y se corría el riesgo de que el concierto fuera cancelado.
¿Fue Horowitz el más excéntrico de los pianistas?. No podríamos asegurarlo, porque la verdad es que muchos grandes pianistas de la historia fueron bastante raritos. Si quieres saber más anécdotas sobre pianistas excéntricos, te recomendamos que eches un ojo a este enlace.