Mariya Yúdina (o María Yúdina, como parece en otros escritos) fue una grandísima pianista rusa que se caracterizó por su rechazo abierto al régimen de Stalin. Curiosamente, a Stalin le encantaba su manera de tocar. Era su pianista favorita. Este hecho le salvó la vida, ya que mostrarse abiertamente contraria al régimen en aquella época, era motivo más que suficiente para acabar deportado en Siberia.
Mariya Yúdina nació en 1899 en la localidad de Nével, en el seno de una familia judía, aunque más tarde se convirtió al cristianismo ortodoxo, religión que profesaría con gran devoción. Desarrolló sus estudios musicales en el Conservatorio de Petrogrado, donde tuvo como compañeros a Dmitri Shostakóvich y Vladímir Sofronitski. Durante un breve periodo de tiempo, incluso recibió clases particulares del gran pianista y compositor Felix Blumenfeld.
Al terminar sus estudios, ejerció como profesora en el Conservatorio de Petrogrado. Sin embargo, sería apartada de su puesto en 1930 debido a sus fuertes convenciones religiosas y su crítica abierta al régimen de Stalin.
Un disco para Stalin
Una noche de 1943, Mariya Yúdina estaba interpretando el Concierto para piano Nº23 de Mozart en un concierto que se estaba retransmitiendo para todo el país a través de Radio Moscú. Por pura casualidad, Stalin escuchó ese concierto y quedó cautivado por las emociones que le transmitía esa pianista. Horas después, el propio Stalin llamó a la emisora para que le enviasen el disco. Los responsables de la radio estaban aterrorizados. Había sido una actuación en directo y no se había grabado. No existía tal disco, pero a un dictador como Stalin no se le dice que no, así que hubo que interpretar el concierto de nuevo y grabarlo. Era de madrugada y tanto el director como la pianista y la orquesta estaban en sus casas. Se intentó localizar a todo el mundo y reunirlos de nuevo en la emisora. No se pudo localizar a alguno de los músicos y el director estaba tan nervioso que no era capaz de dirigir a la orquesta. Hubo que recurrir a un segundo director que tampoco pudo hacerlo. Finalmente, un tercer director logro dirigir el concierto improvisado. A pesar de la tensión del momento, Mariya Yúdina se mostró serena y tranquila en su interpretación. Impresionar a Stalin no estaba entre sus prioridades.
Finalmente, la única copia que se gravó llegó a manos de Stalin, que lo guardó siempre como una de sus posesiones más preciadas. Se dice que el día que lo encontraron muerto, el disco estaba en su gramófono.
Desde ese momento, Mariya Yúdina se convirtió en la pianista favorita de Stalin. Como agradecimiento por el disco, Stalin envió 20.000 rublos a Yúdina, toda una pequeña fortuna para le época. Como respuesta, la pianista envió al dictador una carta con el siguiente mensaje: “Gracias por su ayuda. Rezaré por usted día y noche y pediré a Dios que le perdone por sus grandes crímenes contra el pueblo y nuestro país. Dios es misericordioso y le perdonara. Voy a entregar el dinero a la Iglesia a la que asisto”.
Cuando Stalin leyó la carta en su círculo íntimo, se ordenó la detención de Yúdina. Sin embargo, Stalin revocó la orden.
La película de 1917 La muerte de Stalin, comienza con estos hechos. Aunque la película no es del todo veraz, ya que relaciona la muerte de Stalin con el momento en que lee la carta cuando en realidad había pasado años, sí que refleja fielmente el momento de pánico que supuso.
Los problemas por sus convicciones
La pérdida de trabajos por sus ideas, fue una constante en la vida de Mariya Yúdina. Ejerció como profesora en el Conservatorio de Tiflis, en el de Moscú y en el Instituto Gnéssiny (hoy conocido como Academia Rusa de Música), puestos que perdería debido a sus convicciones políticas, religiosas y a sus gustos musicales.
Por si fuera poco peligroso en la Unión Soviética de Stalin mostrarte contrario al régimen, o mostrar abiertamente tu fe, Mariya Yúdina mostraba unos gustos musicales muy peligrosos. Sentía adoración por Stravinsky, un compositor prohibido que se había tachado de “ideólogo artístico de la burguesía imperialista”. También le encantaba tocar obras de Rachmaninov, otro músico prohibido tras escapar de Rusia tras la revolución de 1918 e instalarse en EEUU. Además, ofrecía recitales de música contemporánea de autores considerados degenerados como Hindemith, Krenek o Bartok.
Yúdina participaba muy activamente en el ambiente intelectual de su tiempo. Entre sus amistades se encontraban nombres como Dmitri Shostakóvich, Pierre Boulez o Borís Pasternak. Precisamente, por leer un poema de este último en uno de sus recitales, se le prohibió interpretar en público durante 5 años.
Mariya Yúdina vivió siempre en la pobreza, no solo por sus problemas en ciertas épocas con el trabajo, también porque todo el dinero que ganaba lo donaba a los pobres. Murió en Moscú en 1970, 17 años después que su odiado dictador.