El pirófono, también conocido como órgano de fuego o de explosión, es un tipo de órgano en el que el sonido de cada nota se consigue mediante una explosión o algún tipo de combustión rápida similar. Su principal reclamo era que, además de sonido, también generaba luz.
Los pirófonos surgieron en el S XIX. El creador de tan extravagante instrumento fue el músico y físico Georges Frédéric Eugène Kastner, hijo del compositor Jean-Georges Kastner.
Antes de Kastner, hubo muchos investigadores que intentaron controlar el sonido a través de explosiones y fueron allanando el camino para esta invención. En 1777 Byron Higgins fue el primero en señalar que si se coloca una llama dentro de un tubo de vidrio, se puede generar sonido. A partir de ahí, diversos investigadores intentaron establecer una relación entre la longitud del vidrio, la de la llama y el sonido que se genera.
En el pirófono, el teclado está conectado a diversos tubos que contienen llamas en su interior. Al pulsar una tecla abres en mayor o menor medida la entrada del combustible hacia la llama, modificando la vibración que esta produce en el tubo de vidrio y cambiando así el sonido. Es un principio similar al calíope de vapor, con la diferencia de que en el calíope la combustión es externa a la cavidad que resuena para producir el sonido.
Aunque parezca extraño, hubo diferentes intentos de dar una aplicación musical a este instrumento. En 1873, Charles Gounod intentó incluir este instrumento en su ópera Juana de Arco; algo que no parece muy inteligente, dada la facilidad con la que ardían los teatros de la época. En 1880 Wendelin Weißheimer compuso Cinco sonetos sagrados para voz, flauta, oboe, clarinete, pirófono y piano