En septiembre de 1941, el ejercito nazi comenzó el sitio de Leningrado (actual San Petersburgo). Un bloqueo que duraría hasta 1944 y que condenó la ciudad al hambre y a toda clase de penurias. A pesar de la falta de recursos, una orquesta se enfrentó al nazismo de la manera que mejor sabían: con su música.
En el verano de 1942, la ciudad llevaba casi un año bajo el sitio y los continuos bombardeos alemanes, cuando el director de orquesta Karl Eliasberg recibió una extraña orden: debía reunir a su orquesta para tocar la nueva sinfonía del compositor Dimitri Shostakovich. La sinfonía sería retransmitida por toda la ciudad.
Una orquesta entre cadáveres
A priori, parecía una misión imposible. La ciudad estaba sumida en el caos, los bombardeos eran continuos, no llegaba suministros de ningún tipo y la hambruna era tan grande que los ciudadanos se veían obligados a comer caballos, gatos, perros, ratas o cualquier cosa que pudieran alcanzar. Miles de habitantes de la ciudad habían muerto, incluidos varios miembros de la orquesta. Tanto era así, que solo 15 músicos se presentaron al primer ensayo.
Los músicos de la orquesta apenas tenían fuerzas para tocar, debido a la inanición. Los músicos de viento apenas podían soplar una nota y la mayoría de los instrumentos estaban estropeados por culpa de los bombardeos. Los músicos estaban tan débiles que el primer ensayo apenas duró 15 minutos.
Pero las autoridades soviéticas estaban empeñados en que la Séptima Sinfonía de Shostakovich sonase en Leningrado. Shostakovich, que trabajaba en el conservatorio de Leningrado, ya había empezado a trabajar en esta sinfonía cuando comenzó el sitio. Sin embargo, a partir del 41 comenzó a desarrollarla con «intensidad sobrehumana». En octubre del 41 se le ordenó que abandonase la ciudad. La sinfonía estaba dedicada a la población que soportaba el asedio.
Ensayando, a pesar de todo
La orquesta estaba totalmente diezmada, así que las autoridades soviéticas enviaron un comunicado al frente de la batalla, para que quien fuera músico se presentase a los ensayos. Así fue como llegaron varios músicos de diversos campos militares, que ensayaban entre misión y misión.
El director, Karl Eliasberg, impuso una férrea disciplina para que los músicos recuperasen la forma. Si un músico tocaba mal, se ausentaba o llegaba tarde, podía quedarse sin su ración de pan. Incluso aunque llegase tarde por enterrar a un familiar
Los músicos ensayaban 6 días a la semana y, pieza a pieza, se le fue dando forma a la sinfonía. Solo fueron capaces de tocar la sinfonía completa una vez, tres días antes de su estreno.
El milagro de la música
El 9 de agosto de 1942 fue el gran estreno de la Séptima Sinfonía de Shostakovich en Leningrado. Se instalaron altavoces por toda la ciudad. La intención no era solo insuflar valor patriótico en el corazón de los habitantes de la ciudad, también pretendían demostrar a los nazis que la ciudad no estaba dispuesta a rendirse.
Justo antes del concierto, las tropas soviéticas lanzaron un furibundo ataque sobre las líneas enemigas para silenciarlas y que no interrumpiesen el concierto.
En la Gran Sala de la Filarmónica de Leningrado las lámparas de araña volvían a brillar como un pasado fantasmagórico, que contrastaba con la destrucción y la muerte del exterior. La Gran Sala estaba abarrotada y gran parte de la población se reunió en torno al edificio para escuchar el concierto. Todos los presentes rezaban porque no hubiera un bombardeo durante el concierto que acabase con todos.
Y entonces el concierto comenzó. Y, milagrosamente, llegó a su final. Tras unos minutos de silencio, toda la población lanzó una ovación de una hora. Muchos ciudadanos lloraban, debido al impacto emocional que supuso. Una niña apareció entre el público para darle un ramo de flores al director. Las flores frescas era algo que hacía mucho que no se veía en Leningrado.
Leningrado aún permanecería sitiada hasta enero de 1944. Se calcula que unos 750.000 civiles murieron. Sin embargo, la ciudad nunca perdió su humanidad, en parte gracias a la música.
En los años 50, un grupo de turistas de la Alemania oriental visitó a Eliasberg, entre ellos había algún soldado que había participado en el sitio. Ellos le contaron que, al escuchar el concierto, se dieron cuenta de que nunca conseguirían doblegar esa ciudad.