Suele decirse que la historia la escriben los vencedores. La palabra «escriben» está muy bien elegida en esta afirmación, pues lo que importa no es la historia, sino el relato que se hace de ella. Los nazis fueron verdaderos expertos en construir un relato totalmente alejado de la realidad que se ajustase a su ideología. Y, aunque perdieron la Segunda Guerra Mundial, nadie puede negar que fueron los grandes vencedores en Alemania durante muchos años. Durante ese periodo, no pararon de retorcer la realidad a su antojo, adecuando la vida de muchos hombres a su relato, entre ellas la de Anton Bruckner.
Cuando se habla de la música del régimen nazi, siempre destaca el nombre de tres grandes compositores: Richard Strauss, Wagner y Anton Bruckner. Si bien Richard Strauss llegó a ser nombrado presidente de la Cámara de Música del III Reich; Wagner y Bruckner no tuvieron nada que ver con el partido nazi, ya que murieron antes de que se formase el partido. En la música de Wagner es posible encontrar cierto antisemitismo que, en cierta manera, sirvió a Hitler para vincularlo con sus ideas, pero en el caso de Bruckner no existe ese antisemitismo.
La vida de Bruckner estuvo totalmente alejada de la política y fue perfectamente normal para un hombre de su época. Nació en un pueblo austriaco, en el seno de una familia pobre y religiosa. Aunque desde niño tocaba el órgano y el violín, se formó y trabajó como docente. De hecho, pasó mucho tiempo hasta que vivió por completo de la música. No empezó a componer hasta que rondaba los 40 años. Su primera sinfonía se estrenó en 1868. Tardaría en reconocerse su labor como compositor, aunque en 1880 sería reconocido como una de las estrellas de la esfera musical de Viena. Murió en 1896, cuando estaba trabajando en su última sinfonía.
Esta biografía tan común sirvió para que los nazis creasen toda una historia de ficción que encajase en sus intereses. Recrearon su vida como la de un campesino que alcanzó el éxito; un joven cuya conexión con la tierra y la sangre alemanas le harían digno de la supremacía aria. Se enfatizo en que era profesor, descendiente de varias generaciones de docentes, dada la obsesión nazi de la educación de las futuras generaciones de «alemanes auténticos». A pesar de haber compuesto muchas obras para la iglesia, se modificó su fe católica para convertirlo en un «creyente de Dios» que rechazaba la religión formal en pos de una espiritualidad nacionalista al gusto de Hitler.
La carrera musical de Bruckner tardó en tener aceptación. La propaganda nazi también se inventó una historia para explicar este hecho. La de un compositor brillante y miembro puro de la raza alemana sometido e ignorado por la crítica y la conspiración judía que tenía a Viena en sus manos.
A Hitler no solo le gustaba la música de Bruckner, también veía cierto paralelismo entre las vidas de ambos. La de dos campesinos que conquistaron el mundo en sus respectivas áreas. Además, el movimiento nazi encontraba en Bruckner una funcionalidad muy importante. A pesar de haber nacido en Austria, la música de Bruckner se consideraba totalmente alemana, esto alimentaba las fantasías pangermanas del nazismo, que consideraba Austria y Alemania como un único imperio.
A pesar de que distorsionaron la biografía de Bruckner, no se puede negar la presencia de este en la vida musical del Tercer Reich. Era uno de los compositores que más se escuchaban durante el régimen nazi, pasaban su música antes de los discursos de Hitler y el partido nazi creo un premio, una fundación y un festival con su nombre. Para Hitler, la música de Bruckner era una vuelta a las formas puras, que tenía el poder de limpiar y reconstruir a la debilitada raza germánica.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, aunque se comprobó que la figura de Bruckner nada tenía que ver con el nazismo, permaneció cierto poso que lo relacionaba con el Partido Nazi. Su música estaba ligada a las operaciones del Tercer Reich, por lo que raramente se escuchaba fuera del mundo alemán. No es que fuese públicamente rechazado, simplemente se dejó de lado, como un recuerdo incómodo. Ha sido en las últimas décadas cuando directores y musicólogos europeos y estadounidenses han recuperado su música y han devuelto su figura al lugar que le corresponde.