Maurice Ravel fue un gran pianista y compositor, que nació en 1875 en el País Vasco francés. Aunque su madre estaba muy orgullosa de sus orígenes vascos, su padre era suizo. Justo de ahí le viene su apodo más famoso el más perfecto relojero suizo, acuñado por el mismísimo Stravinski.
Su vida
Ravel comenzó su andadura musical a los 7 años, formándose con los profesores Henry Ghys (piano) y Charles René (armonía). Con catorce años entró en el Conservatorio de Música de París, donde enseguida se interesó por las nuevas tendencias, la música experimental y la poesía de Baudelaire y Mallarmé. Desde 1896 estudió composición con Gabriel Fauré. No obstante, siguió teniendo como fuentes de inspiración grandes compositores de la historia como Couperin y Mozart. Prueba de ello son sus obras Pavana para una infanta difunta o la Tumba de Couperin.
En estos años de estudiante no le iba tan bien como intérprete como con la composición. Prueba de ella es que desde el año 1900 trató de ganar el Premio de Roma en al menos cuatro ocasiones, y en todas fracasó. Parte de este fracaso se debe a que sus gustos interpretativos, al igual que los compositivos, se alejaban demasiado de los cánones académicos que regían los concursos de la época.
El año 1909 fue decisivo en su carrera. Fue entonces cuando conoció a Igor Stravinski y al coreógrafo Diaghilev, con los que tendría numerosas colaboraciones y trabajos. De su mano, Ravel comenzó a componer óperas y ballets, logrando así el reconocimiento de la prensa y de los principales críticos musicales. Con obras como La hora española, Mi madre la oca, o Dafnis y Cloe se consagró como uno de los principales compositores franceses del momento. Sin embargo, tan pronto creaba una obra más experimental, aparecían críticas negativas por parte de los grupos más conservadores.
Consciente de esta problemática, Ravel ayudó a crear la Société Musicale Indépendante, con el objetivo de ofrecer un espacio musical alternativo. Una especie de refugio y centro de apoyo para aquellos compositores que, como él, deseaban abrirse a nuevas corrientes musicales y experimentar libremente.
Durante la Primera Guerra Mundial trató de alistarse en el ejército, pero no superó las pruebas físicas. Por este motivo, se apuntó como conductor voluntario del ejército de tierra. En 1916, se vio obligado a abandonar tras haber contraído disentería. Casi al mismo tiempo falleció su madre, a la que siempre había estado muy unido. Esto le afectó enormemente, tanto, que abandonó la composición y prácticamente la música al completo.
Solo dos años después, en 1918, falleció Claude Debussy por lo que, a pesar de haber abandonado la composición, Ravel se convirtió en el compositor francés vivo más importante. Su fama traspasó fronteras y comenzaron a llegarle invitaciones de diferentes países para ir a estrenar sus obras. Este fue el motivo que lo animó a volver a dedicarse de lleno a la música, especialmente a la composición.
La cumbre de su carrera llegó en 1920, que es cuando compuso sus dos obras de madurez, Bolero y El niño y los sortilegios. Además, durante una gira de cuatro meses por los Estados Unidos descubrió el jazz y otras corrientes musicales que le causaron gran influencia a la hora de componer próximas obras como el Concierto en sol mayor para piano y orquesta, o el Concierto para la mano izquierda.
En 1932, Ravel sufrió un accidente de coche que le causó graves problemas de salud al sumársele a la enfermedad de Pick (demencia por degeneración neuronal) que ya padecía. Tan solo un año después se vio obligado a dejar la composición. Y no solo eso, también comenzó a sufrir trastornos del lenguaje, afasia y apraxia. Es decir, ya no era capaz ni de escribir su propio nombre y cosas cotidianas, como caminar u agarrar objetos le resultaban casi imposibles.
Desesperado por tratar de mejorar sus situación clínica, en 1937 se sometió a una operación con la que comprobaron que tenía una atrofia aguda en el hemisferio izquierdo. En su época esto significaba que no le quedaba demasiado tiempo de vida. Tan poco, que falleció once días después, el 28 de diciembre.
Fuentes de inspiración.
Además de las inspiraciones que ya hemos mencionado de compositores como Couperin o Mozart, compositores contemporáneos de música experimental, y la música popular de los países que visitaba, Ravel tuvo dos grandes fuentes de inspiración principales. Muchos musicólogos incluso los consideran los dos pilares de su carrera compositiva.
1. Los juguetes y la infancia.
A Ravel le fascinaban los juguetes y el mundo de la infancia en general. Esta fascinación crecía acorde a la creación de cajas de música, juguetes mecánicos, figuras y demás objetos infantiles que estaba en auge en su época. Ravel fue introduciendo todos estos objetos para niños en sus obras. Por ejemplo, en La hora española, cuya trama gira en torno a un inventor de relojes y juguetes mecánicos, incluye una escena de marionetas. Otros ejemplos son El niño y los sortilegios, La Navidad de los juguetes, o Mi madre la oca, donde aparecen parodias de canciones y poemas infantiles, se humanizan objetos, o se evocan juegos infantiles y juguetes como los soldaditos de plomo. Además, en todas las obras mencionadas, aparecen características compositivas enfocadas a evocar la delicadeza y el humor infantil, como las repeticiones melódicas, el uso de formatos breves, o la aparición de instrumentos poco comunes como el clarinete contrabajo en sol. A esto también hay que sumar la adaptación o asimilación de cuentos infantiles, como el de Pulgarcito en Mi madre la oca.
2. Su madre.
Ravel era un hombre muy atraído por la belleza y la feminidad de las mujeres. Nunca se le conoció ninguna novia estable, pero sí tenía cierta fama de visitar los burdeles parisinos.
Sin duda alguna, el principal amor femenino de Ravel era su madre. Según algunos psicólogos y musicólogos, ésta también es la razón por la que no tenía novias duraderas. Su amor y su sentimiento de unión con su madre eran un gran obstáculo para que pudiera tener relaciones amorosas con mujeres.
Su madre era una mujer totalmente atípica. Se casó a una edad ya avanzada y tuvo a su hijo tarde. Además, inculcaba el amor por la música en su hijo, le animaba a interesarse por la literatura, y le transmitía la lengua, tradiciones y creencias españolas. Por si esto fuera poco, también era atea.
Varios contemporáneos de Ravel lo recuerdan caminando por la calle de la mano de su madre, o sentado junto a ella dándole cariño en las butacas de los teatros. También se conserva una carta de Ravel a un amigo de cuando estaba en el ejército en la que le decía que lo único que le hacía sufrir en la guerra era estar lejos de su madre y no poder abrazarla.
Su voluntariado en la guerra fue el único episodio de su vida en el que se separó de ella. Si a esto le sumamos que al poco de volver de la guerra falleció su madre, podemos entender a la perfección la fuerte depresión en la que entró y que le apartó de la música. Gracias a cartas y otros escritos, sabemos que Ravel sentía cierta culpabilidad por su muerte y que no llegó a superar su fallecimiento. En reiteradas ocasiones escribió cosas como:»Pienso a menudo en aquel tiempo pasado, cuando fui tan feliz«, «pronto habrá tres años de su muerte, pero mi desesperación no hace más que aumentar cada día«, «ya no está a mi lado su querida y silenciosa presencia, que me arropaba con su ternura y que era la única razón de mi existencia«.
Una de las muestras máximas del amor por su madre y la falta que le hacía la encontramos en su obra El niño y los sortilegios, donde en los últimos acordes de la obra, la voz de un niño que al despertar grita ¡Mamá!.
