¿Puede un no creyente componer una obra de espíritu plenamente religioso?, ¿puede crearse una misa para interpretarse fuera de la iglesia? Hoy en «te cuento una obra», la Misa de Requiem de Guiseppe Verdi.
La misa de un agnóstico
Verdi era un hombre que se declaraba abiertamente agnóstico y que no tenía ningún reparo en dejar que sus pensamientos se reflejasen en sus óperas. Lo mismo pasaba con su simpatía por el Risorgimento, que buscaba la unificación de Italia, que se deja ver en piezas como el famoso coro «Va, pensiero» de u ópera Nabucco.
Sin embargo, cuando murió Rossini – a quien Verdi admiraba- Verdi consideró necesario hacerle un Réquiem como merecía. Verdi propuso que los compositores más destacados de Italia compusiesen una misa de réquiem para conmemorar el primer año de la muerte de Rossini. El propio Verdi encargó cada parte del réquiem a los compositores elegidos, dejando para sí mismo el responsorio final. La obra resultante se tituló Messa-Rossini y, aunque llegó a finalizar, nunca se estrenó.
A la muerte del poeta Antonio Manzonni, que compartía los ideales políticos de Verdi, este decidió recuperar el material que tenía escrito para Messa-Rossini y trabajar en un nuevo réquiem. Así, cuando se cumplió un año de la muerte de Manzonni, Verdi estrenó su Misa de Réquiem en su honor.
Verdi se encontró con varias dificultades a la hora de escribir esta misa. Como dijimos, él era agnóstico, pero Manzonni (a quien estaba dedicada la obra) era profundamente católico, así que debía de respetar sus ideas. Otro de los obstáculos con los que se topó es la propia estructura de la misa. Generalmente, una misa se estructura como una suma de ideas que, si bien siguen una misma senda, narrativamente son inconexas entre sí. Acostumbrado a componer óperas, Verdi quería dotar a su Réquiem de un discurso narrativo. Para conseguir esta unidad, Verdi utilizó un recurso que sabía que en ópera funcionaba, la repetición temática (es decir, el uso del mismo material en distintas partes). Este es uno de los motivos por los que el Réquiem de Verdi suena totalmente diferentes a otros Requiems.
Dies Irae, ¿Ópera o misa?
El Dies Irae es el movimiento que Verdi sitúa en el centro de todo su Réquiem. Un movimiento inmenso, con unos coros poderosísimos y unos sonidos terribles, que suenan más a épica que a liturgia.
Si bien, el Réquiem se estrenó como misa conmemorativa en la iglesia de San Marcos de Milán, Verdi no concibió la pieza para una iglesia. De hecho, los siguientes lugares donde se representó fueron La Scala de Milán y La Ópera de París.
¿Realmente estamos ante una obra sacra o operística? Existen voces que defienden estas dos posiciones enfrentadas.
Si nos paramos a analizar, hay componentes que nos inclinarían más hacia la música sacra. El Requiem cuenta con cuatro solistas vocales, un coro y una orquesta, pero ninguno de ellos representa a personajes concretos, por lo menos no en los términos de la ópera tradicional.
Sin embargo, no podemos negar que hay algo profundamente operístico en la manera de cantar de los solistas y el coro. Además, pocos momentos más teatrales se han visto en la música como en ese que el coro, tras una fanfarria de metales, canta «Día de ira será aquel en el que el mundo será reducido a cenizas».
En cualquier caso, puede que no sea necesario posicionarse. Al fin y al cabo, la música sacra operística, no es algo que haya nacido con Verdi. Antes ya lo había hecho Donizetti o el propio Rossini en su Stabat Mater. Lo que está claro es que se trata de una pieza poderosísima para hacernos transportarnos a un momento de éxtasis, ya sea sacro o profano.