Muchas veces nos contáis experiencias vividas en el aula, frustraciones que os surgen como estudiantes de piano, anécdotas o malas experiencias en audiciones, etc. La verdad es que todos hemos tenido alguna vez algún profesor con el que no encajábamos del todo bien, alguna clase magistral incómoda o alguna audición en la que metimos la pata. Al fin y al cabo, somos seres humanos y no máquinas automáticas.
Como ya van varias veces que nos preguntáis por nuestras experiencias, hoy vamos a daros respuesta. Tanto a malas experiencias vividas como alumnos como a experiencias como profesor. Así os mostramos la cara A y B de la moneda.
Malas experiencias como alumno:
Frustración al no avanzar y profesor con poca paciencia.
Esta sin duda es la peor de las combinaciones que te pueden tocar como alumno. A veces puede suceder que aunque no sea la obra más difícil del mundo, X pasaje se nos atasca por el motivo que sea. Aunque generalmente suele ser por utilizar una mala digitación o por aplicar demasiadas tensiones y agarrotarse. Esto crea un bucle: Repetimos constantemente sin cambiar nada, como si el hecho de insistir y tocarlo 100 millones de veces consecutivas lo fuese arreglar a modo de milagro. Lo único que conseguimos con esto es que al llegar a clase nos atasquemos de nuevo en ese pasaje y peor aún, que antes de ese pasaje ya estemos tensos y provocando errores que normalmente no tendríamos. Viciamos el error y lo expandimos.
Un buen profesor arreglaría la situación buscando el origen de ese problema y dando pautas para enmendarlo. Pero puede suceder que el profesor se frustre o se enfade y aún nos ponga más nerviosos, lo que empeora la situación exponencialmente. Aquí vendrían momentos en los que ese mal profesor se pone a resoplar, pierde la paciencia y hace comentarios del tipo no sirves para esto, eres un inútil, cómo fallas en algo tan fácil, etc. O también puede ser que simplemente él lo toque de forma perfecta al instante y diga pues a mi me sale así que te dejo practicándolo (y se va, dejándote solo en el aula).
Insistimos en que un buen profesor debe ayudar y no empeorar. Y mucho menos insultar o maltratar verbalmente a un alumno.
Adueñarse de nuestros trabajos.
Es algo que lamentablemente sucedía con bastante frecuencia. En la carrera no todas las asignaturas son de tocar piano. De hecho, hay muchas teóricas. Y ciertos profesores mandaban realizar trabajos teóricos o de investigación que llevaban mucho tiempo y esfuerzo. El caso es que al poco tiempo de entregarlos, los mejores puntuados de la clase aparecían publicados en revistas o espacios especializados a nombre de ese profesor, como si lo hiciese todo él solo.
Clases magistrales carísimas que no rinden.
Esto da muchísima rabia. Ahorras y pagas auténticos dinerales por una clase magistral con un profesor que tiene mucha fama por ser un auténtico virtuoso del piano. Y llegas a la clase, que son abiertas al público y hay alumnos que también pagan solo por verlas. El caso es que nos ha sucedido pagar casi 200 euros la hora por un profesor que se limitó a decir este pasaje te sale mal, repítelo. Mal, repítelo. Mal, repítelo. Y así toda la hora. El pasaje obviamente por repetirlo mil veces no salió bien ni una sola vez. Y al acabar la hora el virtuoso simplemente dijo: Ve a un aula y piensa dónde y por qué fallas. Eso te ayudará a mejorar.
Machismo.
Frecuentemente las clases magistrales o los cursos que realizamos son en otros países. Y en una ocasión realizamos un curso de verano en el que el profesor principal se limitó a decir que como éramos mujeres no valía la pena decirnos en qué fallábamos porque jamás arreglaríamos los fallos. El sexo débil no sirve para dedicarse al piano profesionalmente, sólo para entretenerse en casa, y por eso no compensa pasar ni una clase corrigiéndonos o explicándonos nada. En cambio a los estudiantes hombres, sí les explicaba todo con la mayor calma y paciencia del mundo.
Profesores que se llevan mal entre ellos.
Esto es el colmo. Un alumno de un conservatorio jamás debería pagar las consecuencias de las enemistades que existan entre los diferentes profesores del centro. Y sucede. Si eliges a un profesor y no a un segundo, luego el segundo te da otra asignatura que te la suspende por ser alumna del otro profesor con el que se lleva mal. No tiene sentido y es totalmente injusto, pero sucede.
Malas experiencias como docente:
Alumnos que vienen obligados.
Que un alumno venga a clase obligado por sus padres es una auténtica tortura tanto para él mismo como para su profesor. Da igual cómo se enfoque la clase, el tipo de contenidos… Si no le gusta el piano, no tocará piano. Esta situación da lugar a momentos incómodos llenos de llanto o de enfado por parte del alumno. Al fin y al cabo, cualquiera nos pondríamos mal si nos obligasen a realizar algo que no nos gusta durante mucho tiempo.
Padres ciegos.
Con padres ciegos nos referimos a padres que no ven que a su hijo no se le da bien, o que le cuesta avanzar un poco más que a sus compañeros. A veces, alumno y profesor trabajamos obras en clase que no llegan a estar listas en el momento en el que el centro organiza audiciones. Y aquí viene el problema con los padres. Se creen que su hijo es el Mozart del siglo XXI y que debe participar en toda cuanta audición se organice, aunque su propio hijo llore y les diga que no está preparado. Esto sólo causa inestabilidades que pueden llevar al alumno a sufrir miedo escénico. Además, crea situaciones de conflicto cuando el profesor no cede a las insistencias de los padres y vela por el bienestar del alumno.
Falta de apoyo y recursos.
Es triste y frustrante, pero a veces nos encontramos con un alumno muy aplicado y deseoso de aprender pero que no tiene instrumento donde estudiar y/o que le falta apoyo por parte de su familia.
El primer caso es más comprensible, porque no todo el mundo tiene una buena solvencia económica que permita comprar un piano tan pronto el niño dice que quiere aprender. Pero entonces, igual hay que valorar no apuntarlo a un conservatorio, o si se hace, comprometerse a llevar al niño frecuentemente a las aulas de estudio con piano que el centro cede gratuitamente.
El segundo caso es muy difícil de comprender. Hay padres que se siguen negando a que sus hijos estudien piano. Prefieren que asistan a clases de japonés, de economía, de fútbol o de cualquier otra cosa. En el caso de los que ceden a las insistencias del niño y les permiten venir a clase de piano, luego el profesor ve que no les compran materiales necesarios aún teniendo el dinero, que en casa se quejan siempre que el hijo se pone a practicar, o que ni se presentan a ver sus audiciones. Es una situación muy dura y triste para el alumno.
Alumnos que no quieren estudiar.
El porcentaje de alumnos que no quieren estudiar es considerable. Viene siendo lo que nuestros abuelos llamaban la ley del mínimo esfuerzo. Vienen a clase y atienden, pero luego en casa no hacen absolutamente nada, por lo que en la siguiente semana vuelven a tener exactamente los mismos fallos o incluso retroceden. No entienden que aprender a tocar un instrumento musical es algo progresivo, constante y que requiere de esfuerzo. Sólo con ir a clase no basta.
Niños burbuja.
En los últimos años está creciendo una figura de alumno que podríamos definir como niño/adolescente burbuja. Si el profesor les corrige, aunque sea de la forma más educada y respetuosa, los padres se presentan a reclamarle al profesor. Por lo visto, ahora explicarle a un alumno que está haciendo mal los ejercicios y enseñarle a hacerlos bien es frustrarlos y menospreciarlos. Y hay padres que pretenden que el profesor se dedique a alabar a su hijo y a dar por bien hechas tareas que están totalmente mal. Y todo para que su hijo no se frustre ni se sienta avergonzado o herido. ¿Acaso la frustración no hay que trabajarla? ¿Nunca van a prepararlos para cuando llegue el momento en que alguien les diga que algo está mal? ¿Cómo va a progresar un alumno que se aprueba sin hacer bien los ejercicios ni entender los contenidos?
Estos son los casos más negativos que nos hemos encontrado en las aulas. Tanto en la posición de alumnos como de profesores. Pero no debemos olvidar nunca que siempre hay más experiencias positivas que negativas. Y si te ves reflejado en alguna de las negativas, no dudes en intentar salir de ella y cambiarla por una positiva. Siempre hay una manera. No pasa nada por revisar qué estamos haciendo mal como alumno, o en caso evidente de que el profesor sea el problema, pedir un cambio de profesor no causará ningún problema ni ninguna mancha en nuestro expediente. Incluso a veces es necesario tomar medidas más drásticas como denuncias, que no tienen por qué tener consecuencias negativas para nosotros. Siempre y cuando estén justificadas. Obviamente, denunciar a un profesor porque te suspendió cuando no hiciste nada en todo el curso, no tendrá cabida ni sentido.
Recuerda que aunque aparezca alguna piedra por el camino, si sigues andando verás que el camino es más largo y bello que las piedras.